El 15 de mayo de 2020, mujeres de diferentes países y continentes, pero que hablaban idiomas similares — gallego y portugués — se reunieron para hablar de la soberanía alimentaria. Lidia Fernandes, de Portugal; María Ferreiro, de Galicia; y Miriam Nobre, de Brasil, hablaron durante casi dos horas sobre algo que todas las que participamos en la Marcha Mundial de las Mujeres tenemos en común, en muchos idiomas: la defensa de la soberanía alimentaria y la agroecología. La conversación fue organizada por las coordinadoras de la Marcha en Portugal y Galicia, para contribuir con nuestro trabajo de tejer redes y hablar del papel de la mujer y el feminismo en la construcción de alternativas reales y transformadoras.
En este momento, las camaradas de países de todos los continentes nos cuentan cómo la pandemia se ha agravado y ha hecho aún más explícita la violencia del capitalismo contra la vida, empezando por uno de los derechos más fundamentales: el del acceso a la alimentación. El hambre amenaza a millones de personas que han perdido sus empleos, así como a los trabajadores de los sectores no estructurados, a quienes se impide ejercer sus actividades mediante medidas de aislamiento social, cuarentenas y cierres. Se han cerrado los mercados locales donde muchas mujeres agricultoras venden sus productos. Las fronteras también han sido cerradas. Los granos, las verduras, las frutas y los vegetales escasearon y sus precios subieron. Y la perspectiva es que, con la profundización de la crisis económica en todo el mundo, cada vez más personas tengan dificultades para acceder a lo que comer.
María habló de los principios de la Marcha, como la lucha por la autonomía de las mujeres, por los bienes comunes, por la organización comunitaria y también por los servicios públicos. «Uno de los ejes centrales es la violencia contra las mujeres, tanto contra nuestros cuerpos como contra nuestros territorios. A menudo esa violencia es para usurpar los territorios y, por lo tanto, la historia y la identidad de las mujeres con su tierra», dijo. Contó cómo el concepto de soberanía alimentaria se ha desarrollado desde 1996, en el Foro Alternativo a la Cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), organizado por La Vía Campesina, con una fuerte contribución de las mujeres. «El punto de vista de María me pareció interesante, porque organicé mi discurso pensando mucho en cómo nosotras, como feministas, en alianza con el movimiento campesino y ambientalista, presentamos nuestra visión. Y organizó cómo las mujeres feministas y campesinas influyeron en el movimiento feminista, planteando temas que dejamos de lado porque la alienación de nuestros cuerpos también implica la alienación de lo que comemos. Y lo importante que es este proceso de alianza para construir nuestro movimiento», dijo Miriam.
Una historia feminista
El principio de la soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sostenibles de producción, distribución y consumo de alimentos, que garanticen el derecho a la alimentación de toda la población, basadas en la producción familiar y comunitaria, respetando sus propias culturas y la diversidad de los modos de producción, comercialización y gestión de los campesinos y reconociendo el papel fundamental de las mujeres en este proceso. La construcción de la soberanía alimentaria es una forma de resistencia porque implica la posibilidad de organizar la vida de una manera diferente, desde la pregunta más básica – qué y cómo comemos – hasta el apoyo a los pequeños productores, la distribución de las tareas domésticas para que no se dejen sólo en manos de las mujeres y las políticas de intercambio entre países basadas en la complementariedad.
Esa es nuestra alternativa a la agricultura industrial promovida por las grandes corporaciones internacionales, que venden semillas transgénicas, dependientes de pesticidas, y contribuyen a crear virus que causan epidemias y pandemias. Hay muchos estudios que establecen la relación entre el sistema agroalimentario industrial y la aparición de nuevos virus que pasan de los animales a los humanos. La agricultura industrial deforesta, destruye los bosques para sustituirlos por monocultivos, provoca el desplazamiento de poblaciones de seres humanos y animales. Produce granos transgénicos para alimentar a los animales, utiliza antibióticos para hacerlos crecer más rápido y vacunas que cambian su sistema inmunológico. Crea animales en una situación degradante y espacios muy estrechos, que facilitan la transmisión de enfermedades. Además, contribuye a hacer a las personas más vulnerables a las enfermedades mediante el consumo de alimentos ultra procesados y alimentos que contienen agroquímicos. Nada de esto ocurre en la agricultura campesina y agroecológica.
Las mujeres alimentan al mundo. María citó datos de la FAO que muestran que entre el 70% y el 75% de los alimentos que comemos son producidos por la agricultura campesina. Gran parte de esta producción es llevada a cabo por mujeres, que tienen poca tierra y a menudo son expulsadas de sus territorios. Las mujeres juegan este papel con su trabajo y también con su conocimiento. «Además de la contribución económica directa de los campesinos, también está todo el conocimiento que implica esta producción, porque las mujeres son tradicionalmente responsables de la selección, asegurando la diversidad, el intercambio y la conservación de las semillas. Si las mujeres no hubiesen mantenido este trabajo durante siglos, tal vez no pudiéramos hacer agroecología como lo hacemos hoy en día», dice Miriam.
Ciudades y campos
Una de las debilidades del modelo de agricultura industrial, evidenciada por la pandemia, es la dependencia de las mega cadenas de distribución empresarial. Lídia observó que la actividad de distribución de alimentos es la base de una de las mayores fortunas de Portugal, la de la familia Jerónimo Martins. Por razones fiscales, la empresa tiene su sede en los Países Bajos. Sin embargo, su propaganda es que invierte en el producto nacional y apuesta por los pequeños productores – el llamado «maquillaje verde». Lídia dijo que en Portugal las políticas aplicadas desde el decenio de 1990 han estimulado el monocultivo y la despoblación de las zonas rurales. Hoy en día el país depende de las importaciones para alimentarse y de los monocultivos de olivos para la obtención de aceite de oliva, por ejemplo… en lugar de crear puestos de trabajo locales, explotan el trabajo de los inmigrantes temporales, en condiciones precarias y con bajos salarios.
Este éxodo de mujeres a las ciudades, observó María, no siempre es una elección. Pasa por diversos grados de violencia, desde la expulsión de las mujeres y la apropiación de sus pocas tierras hasta la idea capitalista de que el campo está «atrasado». La invisibilidad del trabajo de las mujeres campesinas, las labregas, como se dice en Galicia, contribuye a ello. Pero la realidad no es de retraso. «Estamos manteniendo las comunidades y nuestra soberanía, como productoras. Queremos acabar con la invisibilidad que tenemos porque somos mujeres de los pueblos, porque somos productoras, porque cuidamos y amamos la tierra, porque somos mujeres pastoras, mujeres indígenas, mujeres del mar. Por lo tanto, desde la soberanía alimentaria, debemos tejer alianzas con las mujeres consumidoras, que se encuentran en su mayoría en las zonas urbanas y que necesitan alimentos sanos y de calidad. Considerar la comida como un derecho, una comida que respete el planeta y todos los seres vivos», dijo María.
La soberanía alimentaria es una forma de resistencia al conservadurismo, contra el retraso, que busca encerrar a las mujeres en sus hogares e impedir que sean autónomas. Y la solidaridad es también una forma de resistencia. En esta época de pandemia, la sociedad civil se ha organizado para compartir las cestas de alimentos. A diferencia del discurso de la «caridad», que deja a la gente vulnerable a visiones reaccionarias y paternalistas, la solidaridad feminista muestra el poder de las mujeres para generar cambios.
Comer es solidarizarse
Jalisco, México, el mercado alternativo solidario Flor de Luna, un proyecto de economía social solidaria de la Ecofeminista Benita Galeana AC, es uno de los lugares donde se desarrolla esa resistencia. Creado hace cinco años por mujeres organizadas en una red, el mercado vende productos frescos libres de agrotóxicos. «Es la sistematización de un largo proceso de experiencias, conocimientos y aprendizajes colectivos de grupos, organizaciones y cooperativas de mujeres en busca de alternativas para mejorar nuestra calidad de vida, la de nuestras familias, la de nuestra comunidad, relacionando el cuidado con la defensa de la naturaleza», dice el texto enviado por las compañeras de México. Desde abril, el mercado celebra el miércoles de productos frescos, para evitar el cierre total o parcial del mercado y asegurar los ingresos de los productores. Aprenda más en este enlace.
¡Resistimos para vivir, marchamos para transformar!
Boletín de Enlace – Julio 2020